¿ES NECESARIA LA LABOR DEL CRÍTICO?

La pregunta viene al hilo de un artículo publicado, hace ya más de un mes, por Antonio Lozano en Qué leer. Rematada la lectura, de inmediato pensé en que merecía respuesta, bien con mail a él dirigido, bien dedicando al tema una entrada en VERBA VOLANT, SCRIPTA MANENT. Si hasta ahora no ha tenido lugar, no ha sido por considerar el tema menor, sino por lograr mayor atemperación así en las formas como en el fondo, no vaya a tornarse el bombero en pirómano.

La pregunta no es baladí, y comienza Lozano la respuesta argumentando –es literal- que si el escritor es hijo de Dios, el crítico lo es del Diablo. Dicotomía cuanto menos curiosa que se encarga de razonar admitiendo que aunque emparentar al crítico literario con Mefistófles puede sonar efectista y sobredimensionado, lo cierto es que la semilla de su razón de ser –la del crítico- tiene algo de demoníaco: no deja de de una soberbia bastante aberrante suponer que alguien puede emitir un veredicto de una obra creativa ajena. Dicha afirmación bien invalida el resto del artículo, ya se encajen, como efectivamente después se encuentran, todas las puntualizaciones que se gusten. Y es que es un error de fondo pensar que soberbia y crítica son gemelas.

Lo cierto, es que el artículo está escrito para ganarse al lector. Los guiños son constantes, y los susurros recurrentes. Que si nadie es digno de juzgar la obra de otro, que si un crítico es un narcisista perdido, que si su juicio está viciado por oscuros intereses… Y aunque bien es cierto que algo de esto puede existir, la mayoría de las aseveraciones son tan políticamente correctas, tan idealistas, tan hippies que la página queda emborronada por montañas de tópicos.

Así pues, vayamos por partes. Primero, la crítica como tal es absolutamente necesaria, pues su labor es corregir vicios y poner, en la medida de lo posible, orden en esta casa de putas en que muchas veces parece que se ha convertido el mundo editorial. Otra cosa es que los críticos jueguen en el equipo de los chulos… Segundo, toda obra es perfectamente enjuiciable. Es norma de la post-modernidad el planteamiento de que todo tiene igual valor, lo que incapacita cualquier tipo de jerarquía y, por tanto, las categorías de mejor y peor o de bueno y malo. El error es formidable. Y tercero, que existan malos críticos no puede desbaratar toda la profesión. ¿O es que cien malos escritores desvirtúan al mismo Cervantes?

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