UN MENSAJERO EN LA NOCHE

Hoy cuesta creer. En lo que sea. Estamos tan apegados a lo físico –mundano- que más allá de sus límites la certeza escasea y la confianza afloja. Parejo al descreimiento sobreviene una pérdida endémica de la capacidad de maravillarse. Que si no lo veo no lo creo, que si no le veo la explicación racional no es posible, que si no… Y así, una y otra vez, hasta que el cerco se ha estrechado tanto que asumimos el escepticismo como norma de vida. Sin embargo, fiarse de alguien es un ejercicio de lo más normal. Decir “te creo” o “me lo creo porque me lo ha dicho Fulanito” no deberían ser actitudes cada vez más extrañas. Si perdemos confianza, lo perdemos todo.

Albert Wensbourgh era un calavera. Atracó, robó a mano armada, intimidó, estafó, etc. Cumplió condena en las peores cárceles de Inglaterra y no esperaba de la vida nada más que cobrarse la ídem de quienes le traicionaron. Esa era la venganza que tenía planeada, su motivo para sufrir su condena. Sin embargo, sus planes no contemplaban todas las variables posibles. La noche de un primero de año se le apareció un ángel. Extrañado, pensó que era un sueño. Había perdido en vida toda posibilidad de trascendencia. Pero creyó. Luchó. Hizo el bien. Se convirtió. Recuperó la confianza olvidada… y quedó maravillado.

Le contó toda su vida a una periodista española, y ésta nos la contó a nosotros en un libro titulado Un mensajero en la noche, el cual recomiendo vivamente a todos. Especialmente a los escépticos que extraviaron su capacidad para maravillarse.

Comentarios

Enneas ha dicho que…
A la espera de la entrada de los jueves...

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