WALKER PERCY

En un mundo tan globalizado, igual en temas económicos que culturales, no deja de sorprender el caso de Walker Percy, autor norteamericano que, con un National Book Award en sus alforjas y varios libros de éxito, no ha llegado a dar nunca el salto de un lado a otro del océano. De hecho, la primera asociación –y la única, me atrevería a decir- que puede tener el español medio cuando oye su nombre, viene pareja normalmente a La conjura de los necios, un libro que aunque no escribió, sí que le dio la oportunidad de ser publicado y, a la postre, obtener el Pulitzer en 1980, once años después de la muerte de John Kennedy Toole, su autor. Pero Percy era algo más que un pescador afortunado. Estudió medicina y, en su primera operación, cayó enfermo, contagiado por el propio paciente, de tuberculosis, lo que le tuvo encamado una larga temporada. Esto, que cualquiera puede tenerlo como un auténtico revés, se acabó convirtiendo en una temporada de especial significación. Fue entonces cuando leyó –casi se puede decir que engulló- a Dostoyevski, al igual que a Kierkegaard; autores que, a partir de entonces, tendrían en él un especial influjo. Fue también la época en que se le cayeron las escamas de los ojos y se convirtió al cristianismo. Y escribió. Ensayo y novela. Y ganó el National Book Award en 1962 con The Movigoer, novela que en España no triunfó, pero que en Estados Unidos es tenida como uno de los mejores libros escritos. Así las cosas, los editores a este lado del Atlántico se olvidaron de él, probablemente porque nunca comprendieron su obra, porque sus argumentos iban más allá –o quizás más acá- de la mera historieta, de la literatura fácil. Esto viene siendo así desde 1962. Murió en 1990. Y hoy parece seguir en el olvido

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