DISYUNTIVA

En la amenidad que proporciona la rutina, tantas veces vivida que ya conocemos sus puntos débiles, es fácil encontrar esas pequeñas motivaciones para alcanzar la siguiente posta. Por los más pequeños resquicios de la pesada puerta de siempre entra el aire y, por muy pequeña que sea la abertura en la piedra, siempre cabe una pequeña luminosidad astral. La rendija y la abertura son lo mismo, y lo mismo animan. La habitación cerrada, la rutina, se aparece como prisión y por la roca –dura, áspera- sabemos dónde empieza y donde termina nuestro suceder. Claro que muchos dirán que se puede tirar la puerta y que las paredes no son más que representaciones de la interioridad y que, si se desea, todo aquello desaparece, que la vida es para vivirla, y que es posible volar alto y remar mar adentro. Y sí, es posible. Pero a veces uno quiere remar cuando está en tierra, y el esfuerzo es inútil, y en su memoria -ese armario desordenado y traicionero en el que nunca sabes que encontrarás al abrirlo- se almacena esa prenda pasajera de la vida, esperando el momento en el que habrá de estar dispuesta a retomar protagonismo. A saber cuándo.

Pero lo cierto es que ni la luz de una rendija alumbra lo suficiente ni la ventilación es posible a fuerza del poco aire que se cuela por la abertura, así que o se demuda el esquema o se fenece en su plasmación. La disyuntiva es evidente. Y ni uno es el primero en el duelo ni el último en la victoria, que gracias a Dios hay sobrados ejemplos, tanto en el pasado como en rededor de cada cual.

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